
El ver a los alumnos que fuimos de aquella década, no se si prodigiosa, fue casi una experiencia religiosa que diría la canción. Treinta años no son nada. O lo son todo. Ahí estábamos aquel grupo de adolescentes en plena revolución hormonal que fuimos, con una pronunciada curva de la felicidad, ahorrando en peines y me huelo que si alguien hubiera abierto la veda de achaques y dolencias igual hubiéramos entrado en tromba deseosos de sacar la mejor nota en esa asignatura.
Un encuentro emotivo y breve.
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